En el frenesí de Abu Dhabi, de una final con todos los honores y un clima electrizante del que prenden chispas como rayos, el protagonista de todas las miradas, todos los saludos, todas las reuniones y todo lo que tenga que ver con el negocio, va y desconecta. Fernando Alonso apagó el receptor, se recluyó en su mundo interior y dio crédito a su sentencia de la noche anterior.
«Cero nervios, de verdad». Lo dijo ante un cerro de periodistas que inquirían por la presión del momento, la soledad del campeón, el tráfico de sensaciones personales...
«Supongo que cuando vaya a la parrilla, tendré algo en el estómago», deslizó como quien oye llover. Ayer el asturiano se puso en situación para asaltar su tercer título, en el océano de arena de la península arábiga. Saldrá tercero, delante de Webber. El altavoz del gran hermano resonaba por todos los rincones de la Fórmula 1. Venía Red Bull con su colección de 'poles' en clara amenaza para el ovetense a partir de un doblete.
La secuencia Webber-Vettel o viceversa había evocado tantas pesadillas en los debates del aficionado que su fractura supuso un rejón en la línea de flotación de los toros rojos. Análisis directo, concreto, como el lenguaje de los signos de la Fórmula 1: malo para Red Bull, bueno para Ferrari.
Alonso controla sus emociones con el triunfo a la vista. Aguanta las banderillas de la prensa inglesa, que insiste en cada intervención global en los siete puntos que obtuvo en Alemania por radio control para desgracia de Massa.
Conserva la calma frente a los vaticinios que apuntan al gobierno de Red Bull. Y administra con sabiduría los resultados parciales. Por la mañana, en la tercera sesión de entrenamientos libres, los toros volvieron a repetir baile a dúo en las primeras posiciones.
«Red Bull siempre es favorito esta temporada», contesta él como un autómata en su frase predilecta de los últimos tiempos. Y lo dice sin ánimo pendenciero frente a su equipo porque se ha mimetizado en el ecosistema Ferrari como si el tiempo se hubiese detenido en el idilio mutuo.
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